Por: Edgar Suárez
Hoy los políticos en Santander se han dividido entre tradicionales y alternativos. Los primeros son aquellos que se presentan a elecciones desde estructuras y equipos con formación política, reconocen ciertas jerarquías dentro de sus grupos y respetan las instituciones. Los segundos son nuevas figuras que no se presentan a elecciones por partidos desgastados, cuentan con poca o ninguna formación política, no conocen la administración pública ni están preparados para manejar recursos estatales, pero electos terminan con más procesos disciplinarios y penales que cualquiera.
Ellos emergen con su centro de trabajo, las redes sociales, y algunos son dueños o financian varias de estas. Su fin es obtener seguidores y likes. Sus acciones, opiniones y posiciones dependen cómo crecen en las plataformas: Facebook, Twitter, Instagram y WhatsApp, al estilo de Epa Colombia y Esperanza Gómez. Su único fin es crecer, sin importar hacer públicas calamidades y alegrías de ellos y su entorno.
Estos personajes sin ideología actúan como ruedas sueltas al interior de las colectividades que los avalaron. Normalmente son arrogantes y prepotentes, producto del vuelo e influencia que tienen en redes sociales, usando como bandera lo que pueda mover la fibra y emociones, calumnian e injurian a sus contrincantes, juegan con las necesidades y deseos del pueblo, engañándolo y prometiendo cosas inalcanzables o simplemente tratando temas que están de moda, sin coherencia entre lo que dicen y hacen, cambiando de posiciones de izquierda a derecha con la misma rapidez de un pestañeo. Lo importante es ganar opinión que se traduzca en votos. No se comprometen con nadie y no le deben nada a nadie, ni al pueblo que los eligió porque ni siquiera los conocen, no han tenido contacto con ellos, ni con sus necesidades.
No quiero escudar a los tradicionales, precisamente por similares comportamientos están en crisis, pues los resultados se reflejaron en las urnas. Con esta columna simplemente quiero enunciar estos dos tipos de actores políticos y tratar de definirlos como tradicionales y alternativos para hablar de los Cerros Orientales y el Páramo de Santurbán.
El pasado jueves la Cámara de Representantes realizó el debate de control político por la defensa del Páramo de Santurbán.
Lógicamente yo apoyo la preservación del agua y la debida protección de este ecosistema estratégico para Santander. Observó un sinnúmero de participantes: autoridades, falsos ambientalistas, políticos tradicionales y alternativos de Bucaramanga y el Departamento. Absurdamente solo hasta el final dejaron participar a los habitantes del Páramo, que trabajan y viven en la región de Soto Norte, quienes son los más afectados. Hoy el debate del Páramo es en redes, exponiendo niños que no deben utilizar para generalizar el miedo y el odio, a los alternativos no les importa, porque crecen en redes.
Cada vez más se politiza el debate sobre Santurbán y aparecen sus seudodefensores políticos-alternativos que se creen dueños del Páramo, pero nada coherentes con la defensa del ambiente. Cómo extrañamos en este debate las intervenciones de los verdaderos defensores, Orlando Beltrán y Jairo Puentes, dos instituciones que han sido coherentes con la verdadera defensa de ecosistemas como del Páramo de Santurbán y de los Cerros Orientales. Ninguno de los dos tiene mordaza ni bozal y no buscan votos por sus posiciones.
El interés por destruir los Cerros Orientales es tal que, mientras leemos esta columna, más de un centenar de personas en dos frentes de trabajo y con contratos públicos por fuera de la ley, afectan este ecosistema buscando satisfacer los apetitos voraces y urbanizadores de Rodolfo Hernández, el actor de la política de los alternativos más influyente en la región. Él es la mordaza, el bozal que tienen todos los políticos alternativos. Hoy todos ellos son cómplices de la destrucción de los Cerros, pero a su vez buscan crecer en redes con el debate del Páramo
