22 de mayo de 2025
Columna de Opinión por: Luis Alberto Albán Urbano, Representante a la Cámara por el Valle del Cauca, Partido Comunes
En Colombia, la corrupción ha sido por décadas un problema estructural que ha carcomido los pilares del Estado, fracturado la confianza de la gente y robado oportunidades a millones de personas.
En estos días, casos como el de la UNGRD, donde se investigan hechos de corrupción relacionados con el manejo de recursos públicos han vuelto a la agenda de discusión de la opinión pública. Y con razón. Indigna, duele, decepciona, porque no hay peor traición al pueblo que robarle desde el -poder-, el mismo que debe representar la voluntad de la gente. Pero también hay que decir que hoy las investigaciones avanzan, los responsables están siendo judicializados y se están tomando decisiones que en otros gobiernos eran impensables.
Aquí no pueden haber mantos de impunidad ni pactos de silencio. Deben responder ante la justicia, así hayan llegado al poder en este gobierno o en cualquier otro. Y eso marca una diferencia: ¿hay ahora voluntad política para que se investigue, se denuncie y se castigue?
Eso no exonera ni limpia a nadie. Al contrario, reafirma la necesidad de fortalecer las instituciones, proteger los recursos públicos y no permitir que unos pocos se enriquezcan a costa del bienestar colectivo. Quien se robe un peso del Estado le está robando a las y los jóvenes la educación, a la gente, los medicamentos, al campesinado las vías y la oportunidad de avanzar en la ruralidad. Le está robando a Juan y Juana Pueblo.
Conservar y respetar el debido proceso no es encubrir culpables, es garantizar que se haga justicia con transparencia y sin instrumentalizaciones políticas. La lucha contra la corrupción no puede ser solo un discurso moralista: debe ser un compromiso estructural, sin cálculos partidistas ni doble rasero.
Este gobierno ha abierto puertas para avanzar en esa dirección, hay que decirlo. Ha dejado actuar a los órganos de control, ha entregado información, ha solicitado renuncias y ha llamado a responder. No porque sea perfecto, sino porque entiende que la transformación de Colombia exige enfrentar de frente uno de sus males más antiguos: la corrupción enquistada. Aún falta, claro, pero el camino es seguir avanzando en eso por una Colombia más justa.
La paz también se construye combatiendo la corrupción. Porque no hay justicia social sin transparencia. No podemos permitir que los mismos de siempre se aprovechen de los errores para esconder sus culpas, ni que conviertan la lucha anticorrupción en una herramienta de venganza o persecución. Pero tampoco podemos callar ni tolerar.
¡No lo permitiremos!
