26 de Junio de 2025
Por: Luis Alberto Albán Urbano
Representante a la Cámara por el Valle del Cauca – Partido Comunes
Una noticia falsa puede no solo engañar a quien la lee. En Colombia, puede también poner en riesgo la vida de una persona. Y eso, tristemente, no es una exageración.
Hace unos días, el medio El Colombiano publicó una nota en la que me atribuía erróneamente el alias de un comandante de las llamadas ‘disidencias’. Un error inadmisible para cualquier medio con responsabilidad editorial, tristemente no es la primera vez que me pasa con algún medio de comunicación colombiano. Tras nuestro requerimiento, el medio corrigió la nota en su versión digital e impresa. Pero, como suele pasar, la aclaración nunca tuvo el mismo alcance que el daño inicial. Nunca llegó a las redes sociales donde la nota original circuló con fuerza. ¿Y entonces, cuántas personas seguirán creyendo lo que no es cierto?
En paralelo, El Tiempo, el fin de semana que pasó tuvo que retractarse públicamente tras publicar que el gobierno pretendía aumentar el IVA del 19% al 26%, cuando eso no estaba en ningún documento oficial. La gente ya lo había leído, lo había compartido, lo había asumido como verdad. Tuvieron que salir con una corrección, como si eso bastara para enmendar el impacto político, económico y emocional que genera una mala información.
Estos no son casos aislados. Son síntomas de una enfermedad más profunda: la crisis ética y profesional de un sector del periodismo colombiano que ha dejado de informar para empezar a jugar políticamente, a veces con cálculo, a veces con descuido, pero casi siempre con consecuencias.
En este país, decir mal un nombre puede costar una vida. Publicar una cifra sin rigor puede incendiar un debate nacional. Titular con sensacionalismo puede desatar linchamientos digitales y reales. Cuando el oficio periodístico se convierte en una herramienta de manipulación, ya no es periodismo: es propaganda con cara de noticia.
No todos los medios son iguales, claro está. Conocemos el valor de la prensa libre, valiente y crítica, que hace contrapeso al poder y da voz a quienes no la tienen. Pero también sabemos que hay medios que hoy operan como brazos de intereses económicos y políticos que se oponen a los cambios sociales por los que estamos trabajando. Y eso es especialmente grave en un contexto como el actual, donde la violencia política y la estigmatización parecen estar al alza. La desinformación se ha vuelto parte del conflicto. Y como todo conflicto, cobra víctimas.
Por eso, este no es un llamado solo a la autorregulación de los medios, sino también a una ciudadanía activa, crítica y consciente. Verificar antes de compartir. Dudar antes de asumir. Exigir ética en la información. Porque no podemos seguir normalizando el hecho de que se cometan errores, se emita una disculpa técnica… y todo siga igual.
/Columna de opinión/
